31 May Chernobyl, crónica de un desastre
Chernobyl, la serie
Se estrenó a principios de este mes de mayo a bombo y platillo, “Chernobyl”, miniserie televisiva de 5 episodios coproducida por la cadena HBO, habituada a desafiar los estándares establecidos por las audiencias, con series como la mítica “The Wire”, y que lo hace de nuevo con este drama histórico, obra de Craig Mazin cuya labor, curiosamente, se ha desarrollado principalmente en la escritura de comedias como “Scary Movie 3” y “Scary Movie 4”. La expectativas son altas y el primer capítulo de la serie parece confirmarlas.
La guerra nuclear
“Chernobyl” ha asumido la complicada tarea de representar uno de los sucesos más trágicos y controvertidos del final de la Guerra Fría, la explosión el 26 de abril de 1986 de la Central Nuclear de Chernóbil, una pequeña localidad ucraniana, por entonces perteneciente a la ya extinta URSS. Su construcción fue el producto de la implantación y proliferación de centrales nucleares durante la Guerra Fría, principalmente en Estados Unidos y la Unión Soviética, representantes de los dos polos en conflicto.
El desastre se caracterizó por la confusión, la sorpresa y la negación iniciales, tanto por parte de los operarios de la central como de los representantes estatales encargados de gestionarlo. Después, las cosas no se hicieron mucho mejor, como atestigua el mandato impuesto por las instancias superiores de controlar su divulgación mediante una desinformación planificada.
La serie comienza con el fatal estallido de una serie de explosiones que destruyeron el reactor y el edificio del cuarto bloque energético del recinto nuclear, ante el estupor de los desconcertados e incrédulos operarios, como resultado inesperado de una prueba de simulación malograda. Durante el resto del capítulo la acción desarrolla los momentos posteriores al accidente, hasta la llegada de los equipos de limpieza en una cruda, tensa y opresiva atmósfera de pesadilla cargada de pardos y verdeazulados.
Tampoco se olvida del impacto que ocasionó entre los habitantes que fueron testigos de cómo el incendio resultante en forma de llamativa cúpula de fuego de singular belleza, proyectaba contra el cielo nocturno de la ciudad su halo de tonalidades iridiscentes, producto del brillo radiactivo.
Voces de Chernóbil
Algunos de esos testigos ofrecerán los escalofriantes y sobrecogedores testimonios que formarán parte más tarde de “Voces de Chernóbil”, seguramente uno de los referentes ineludibles que se habrán tenido en cuenta a la hora de recrear los acontecimientos que se narran en la miniserie.
El libro, un portento literario y documental dadas las circunstancias – existía un clima de represión impuesto por el régimen – es obra de la escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich, cuyo cariño, sensibilidad y solidaridad hacia las víctimas se deja notar en cada una de sus páginas, transcripciones fieles de sus experiencias personales.
Su labor paciente y divulgativa en busca de la verdad le ganaron la animadversión de las autoridades competentes, que desde un comienzo intentaron silenciar lo ocurrido. Como se constata en lo escrito, aquel infierno no supuso momento de gloria alguno, como quisieron promulgar los órganos propagandísticos del partido, pero sí encontró a un puñado de héroes, hombres y mujeres valerosos que ofrecieron sus vidas para garantizar la de sus semejantes, al coste de dejar sumidos a sus seres queridos en la más injusta de las pesadumbres.
Tragedia tecnológica
Las efectos no tardaron en dejarse notar. Muchos de los liquidadores que participaron en la operación de limpieza murieron al cabo de unos pocos días, el resto al cabo de los meses siguientes, a causa de la radioactividad. Una radioactividad que obligó a desalojar y trasladar de sus hogares a miles de personas que sufrieron graves secuelas físicas y psicológicas, que afectó a grandes extensiones de terreno que permanecerá irradiado durante siglos, y que se extendió en diferentes grados a los países colindantes. Para Bielorrusia, fronteriza a Chernóbil, representó un cataclismo de envergadura nacional, con el 23 por ciento de su territorio contaminado por ella.
Una tragedia que nos muestra el lado más oscuro de la tecnología, cuyos efectos, devastadores y terribles, son comparables a los de las explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki al término de la II Guerra Mundial, y cuyas consecuencias se prolongan hasta nuestros días.
Esta ficción apunta, entre otras cosas, a desentrañar algunos de los motivos políticos y burocráticos que durante tanto tiempo han permanecido velados, o al menos a teorizar sobre ellos, para dar algún tipo de respuesta al sufrimiento de las incontables víctimas directas y colaterales.
Un cementerio atómico
En la actualidad, el área que componen la ciudad y un conjunto de aldeas esparcidas por sus alrededores, constituye un cementerio atómico en el que residen menos de un millar de personas. Un paraíso envenenado que se ofrece como oferta turística a los más temerarios e inconscientes. Una idea demencial, pese a los supuestos bajos índices de radiación existentes en las zonas visitables, que ha encontrado un sorprendente reclamo, sobre todo entre los turistas occidentales.
El reactor, en letargo, permanece recubierto por un sarcófago de hormigón “como un difunto que respira muerte”. Una caja de Pandora que en cualquier momento podría volver a desatar sus mil y un horrores.
Por Fidel Martínez
(Sevilla, 1979) Ilustrador y autor de historietas
Licenciado en Bellas Artes, autor de los libros Sarajevo Pain (Norma editorial, 2020), Fuga de la muerte (De Ponent, 2016) y coautor ,junto a Jorge García, de Cuerda de presas (Astiberri, 2005)
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