Y tú menos

Y tú menos

Por Agustín L de la Cruz

Imaginemos por un momento que el debate que vimos ayer en Salvados hubiera sido de esta guisa:
-Pablo, la verdad es que demasiada paciencia habéis tenido. Comparando uno y otro programa electoral, no se os podía pedir que apoyarais nuestro acuerdo con el PSOE.
-Claro Albert, y tú estuviste muy bien dándole un poco de aire a Pedro Sánchez, sobre todo porque lograsteis que el acuerdo incluyera la mayor parte de vuestro programa.
-Que sepas, Pablo, que lamento toda esa campaña mediática organizada contra vosotros.
-Y yo que no tengáis más apoyos, Albert. Es muy triste que la mayoría conservadora de este país siga prefiriendo a los de siempre, por muy corruptos que sean.
-Y además, Pablo, es injusto que os digan que no queréis pactar con nadie, cuando habéis sido capaces de pactar con IU para las próximas elecciones.
-También vosotros, Albert, que tenéis la valentía de decir que con Rajoy no vais a ninguna parte. Algo es algo.
En esta línea, el ganador del debate habría sido el “y tú menos”, en lugar del consabido “y tú más”. Los tertulianos habituales y los dirigentes de la vieja política se habrían quedado desconcertados: teniendo sobradamente preparado el argumentario según el cual hay que felicitarse porque la nueva política parezca tan despreciable como la vieja, resulta que estos dos jovenzuelos siguen como si nada, tan amigos. Sería el colmo: los grandes medios de prensa, que llevan meses y meses buscando la más mínima mácula de corrupción en Podemos (y también en Ciudadanos, aunque con mucho menos ahínco), las cloacas del Estado, que llevan todo este tiempo tratando de vertebrar un caso de financiación ilegal contra Podemos (y también contra Ciudadanos, aunque con mucho menos ahínco); unos y otras puestos en evidencia ante el hecho de que no sólo son incorruptibles, sino que encima se llevan bien entre ellos.

Acabado el ejercicio de política-ficción, todos sabemos lo que realmente ocurrió en Salvados, y lo satisfechos que estarán algunos porque los nuevos se ensucien en el barro y se enzarcen en mutuas acusaciones. No es de extrañar: a largo plazo, la única posibilidad de supervivencia que tiene la vieja política es que la nueva se pervierta lo máximo posible, o que al menos lo parezca. El mentiroso, el corrupto, el ladrón no tienen otra salida que atraer hacia sí al inocente, a quien dicen: mentirías igual que yo si estuvieras en mi posición, robarás tarde o temprano porque las cosas funcionan así. Se trata, en definitiva, de culpabilizar a la víctima, como aquello de “habéis vivido por encima de vuestras posibilidades” que se hizo tan popular nada más comenzar la crisis.

Por muchas campañas de descrédito que se orquesten contra ellos o por mucho que se agrie el debate ante el abismo ideológico que los separa, los actores de la nueva política todavía generan ilusión frente al hartazgo, y ganas de votar frente a la indiferencia. El cambio viene para quedarse y, sobre todo, para echar a los profetas del desánimo, a los mercaderes que saquean el templo de la democracia a la que previamente necesitan drogar para que no despierte de su letargo.

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