El PSOE contra el País

El PSOE contra el País

Por Agustín L de la Cruz

Hasta la debacle que supuso el último y esperpéntico Comité Federal del PSOE, este partido y el diario El País han seguido trayectorias paralelas, durante las cuales se han dado mutuo apoyo: en los ochenta y noventa ambos representaban la hegemonía del discurso progresista, en lo político y en lo mediático; en la primera década de este siglo entraron los dos en una cierta decadencia, aunque seguían manteniendo el liderazgo en sus respectivos ámbitos. Y en la década actual esa decadencia se acentúa, en la misma medida que uno y otro se han derechizado a marchas forzadas: mientras que El País despedía a buena parte de su plantilla manteniendo el astronómico sueldo de su Consejero Delegado, además de profundizar en una línea editorial cada vez más conservadora, el PSOE de Zapatero viraba a estribor con los recortes y con una reforma alevosa de la Constitución que todavía le está pasando factura.

Recordemos que fue en la Cadena SER a las 8 de la mañana del día de autos donde Felipe González dio el pistoletazo de salida a la dimisión colectiva de los contrarios a Pedro Sánchez, y que El País, que hasta donde yo sé nunca antes había usado un editorial para insultar a un político español, calificaba al ahora exsecretario general de «insensato sin escrúpulos«. ¿Qué ha ocurrido para que El País haya pasado de jugarse el tipo con aquella famosa portada a favor de la democracia y contra el 23F a orquestar una asonada en el PSOE para derrocar al General Sánchez? La respuesta está en declaraciones como las siguientes, efectuadas por dirigentes socialistas con la rabia que produce constatar que tu antiguo socio te acaba de apuñalar por la espalda: «Me da pena el comportamiento de El País en esta historia. Que yo sepa, el Grupo Prisa no puede cesar todavía al secretario general del PSOE», decía Josep Borrell en una entrevista, también en la Cadena SER, el pasado 30 de septiembre. Y un par de semanas después, Miquel Iceta concedía otra entrevista a El País, que concluía así: «Hicimos las primarias para que eligieran los militantes. Imagine que los redactores de un diario pudieran elegir a su director. Los partidos somos más democráticos en eso».

A la espera del próximo Comité Federal que decidirá la abstención vergonzante cuyo nombre no debe ser pronunciado por Susana Díaz, esta misma semana el dúo dinámico formado por Felipe González y el presidente del Grupo Prisa, Juan Luis Cebrián, ha sido objeto de gritos e insultos en sede universitaria. No celebro las formas un tanto violentas ni estoy entre quienes se jactan de que se les impidiera impartir la conferencia prevista, pero tampoco voy a caer en el error del tonto que señala el dedo del sabio que apunta hacia la Luna: si ambos llevan décadas abanderando políticas neoconservadoras y clamando por la Gran Coalición; si ambos, en último término y para evitar a toda costa la mera posibilidad de un gobierno alternativo, se comportan como golpistas, no es ninguna sorpresa que sean recibidos como tales.

Pablo Iglesias, con esa capacidad de hacer amigos de todo signo que le caracteriza, ironizaba al respecto de las protestas universitarias preguntándose si también le van a echar a él la culpa de que un retrato de Felipe González haya aparecido boca abajo en cierta sede socialista. No tengo la menor idea sobre quién habrá sido el culpable de gesto tan simbólico, pero me lo imagino, mientras llevaba a cabo la fechoría, con un ejemplar bajo el brazo de aquel poemario de Jorge Riechmann que se titulaba El día que dejé de leer El País.

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