El Marciano

Por Agustín L de la Cruz.

Como siempre que se estrena una superproducción sobre la conquista del espacio, se pone sobre la mesa el mismo debate: ¿qué sentido tiene dirigir nuestra mirada a las estrellas cuando en casa, en la Tierra, está todo hecho un desastre? Suele argumentarse que la carrera espacial promueve avances científicos que acaban teniendo una repercusión positiva sobre la sociedad. Idéntico razonamiento se aplica a las guerras y a la industria militar, por cierto. Me pregunto qué ocurriría si las inversiones astronómicas (nunca mejor dicho) que reciben la NASA o la Agencia Espacial Europea fueran a parar directamente a las arcas públicas para mejorar la sanidad o la educación, por ejemplo, o para frenar la sangría de refugiados y emigrantes que se juegan la vida para acceder a la nuestra. También podríamos preguntarnos lo mismo sobre los rescates a la banca y las millonarias evasiones de impuestos que fomentan los paraísos fiscales, pero esos son otros temas que hoy no tocan.

Hoy toca centrarnos en el debate que propicia la recién estrenada Marte (The Martian), dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Matt Damon: un astronauta es abandonado por error en el planeta rojo, y allí deberá sobrevivir durante años a la espera del épico rescate. Son dos horas y media de epopeya, de elogio de la capacidad del hombre para superarse y demostrar su superioridad sobre la naturaleza, y también de apología del esfuerzo colectivo encaminado a lograr un fin común… aunque sea a través de la improbable alianza Estados Unidos-China, cuyas agencias espaciales cooperan en la película a mayor gloria de la raza humana, soslayando por supuesto el sufrimiento que causa la dictadura china, y no sólo dentro de sus propias fronteras. La pregunta es: ¿para qué tanto esfuerzo? Para rescatar a un hombre perdido en Marte, que puede simbolizar muchas cosas, pero que no es más que una sola persona, frente a los millones que cada día sufren en la Tierra a causa del hambre, la pobreza, las enormes desigualdades que propicia el capitalismo. ¿Quién nos rescata a nosotros, los terrícolas? ¿Qué alianza de civilizaciones puede salvar al planeta del colapso energético y medioambiental? ¿Qué instituciones supranacionales nos protegen y velan por nuestros derechos?

Probablemente sea una cuestión de perspectiva: un astronauta abandonado en Marte es un héroe, las personas abandonadas a diario por el sistema no son más que víctimas anónimas, superfluas. En la película, multitudes de todo el mundo se agolpan, conmovidas, para asistir en directo al rescate del héroe, como todos nos conmovimos ante el derrumbe de las Torres Gemelas. Pero no somos capaces de organizarnos para parar otros desastres que apenas nos conmueven, como (hay tantos ejemplos) el derrumbe de aquel edificio de Bangladés donde murieron más de mil personas que confeccionaban ropa para las grandes marcas occidentales en condiciones infrahumanas.

Toda esta disquisición la resumía de manera fulminante Manuel Vázquez Montalbán en estos versos: “Inútil cosmonauta el que contempla estrellas / Para no ver las ratas”. Salí del cine medio entusiasmado por la convincente propuesta de The Martian, medio irritado por la propaganda que destila y la ingenuidad que supone en el espectador. Temo no ser más que un marciano, que no comprende el hábitat en el que vive, y que se hace demasiadas preguntas.

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