Derribar la pantalla de plasma

Si algo caracteriza el mandato presidencial que sufrimos es la imagen de un gallego encerrado en una pantalla de plasma. Primero fueron las ruedas de prensa sin preguntas (un oxímoron), luego las preguntas sólo de medios afines (una indecencia), y finalmente la pantalla de plasma mediante la que el líder (cual Gran Hermano de Orwell) se dirige a sus atemorizados súbditos. Recordemos: febrero de 2013, Mariano Rajoy comparece para hablar sobre su tesorero Bárcenas, los sobres de dinero negro y la financiación ilegal del PP. Lo hace atrincherado en una sala de prensa sin prensa, los periodistas se quedan fuera grabado estúpidamente una pantalla por donde sale el rostro de la cobardía presidencial.

Recientemente me decía un amigo que le costaba comprender la servidumbre de los periodistas presentes en aquella rueda de prensa infame. Contesté a este amigo que tenía mucha razón, que al menos deberían haber capturado en todo momento el marco de la famosa pantalla de plasma, en lugar de aproximar el foco y escamotear la evidencia. A día de hoy, sostuve, muchos ciudadanos no saben o han olvidado que el presidente del gobierno compareció en tan ridícula postura porque la imagen de su cara enmarcada por el plasma circuló menos que la copia censurada, es decir, sin aristas de la pantalla. También podrían haber respondido con un plante, añadí, como aquella vez que un grupo de cámaras, en protesta por la complicidad de Aznar con los asesinos de José Couso, dejaron sus equipos en el suelo al paso del presidente, desafiándolo.

Pero este perspicaz amigo fue más allá: deberían haber tirado la pantalla. Cualquiera de aquellos periodistas podría haberse adelantado y lanzarla al suelo, o golpearla hasta quebrar el plasma de la vergüenza. Se habría convertido en un símbolo, casi tanto como aquella secuencia de la estatua de Sadam Hussein estallando contra el pavimento. Imaginen las consecuencias: periodista detenido en medio de los aplausos de sus compañeros; la imagen del pacato líder quebrada, hecha trizas sobre el suelo. ¿Se habría suspendido la comparecencia, o acaso el presidente hubiese dejado que los periodistas grabaran directamente, en un acceso de valentía? Mi hipótesis es que la pantalla de plasma rota habría sido sustituida por otra nueva, flamante. Y la imagen de Mariano Rajoy imperturbable, inalterable, impertérrita, habría parloteado las mismas excusas de mal pagador. Y así seguirá, ad nauseam, hasta que alguien se adelante y empiece a colocar votos, uno detrás de otro, una montaña de votos, para derribarlo de una vez por todas, y la pantalla al fin se apague.

Texto: Agustín L. de la Cruz

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