No pasarán

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No pasarán

Hubo en este país un régimen en el que las mujeres pudieron votar, en el que se crearon escuelas públicas y en el que misiones pedagógicas recorrían los pueblos  para alfabetizar a las hijas e hijos de los braceros del campo y de los obreros de las ciudades. Fue el primer régimen puramente democrático y que, con todos sus defectos y contradicciones, pretendía traer por primera vez ideales de libertad e igualdad que nunca habían cuajado en estas tierras por culpa de un clero bien rancio, una aristocracia monárquica despótica y un ejército ultramontano.

El sueño duró poco. Todos saben la historia y conocen que el 18 de julio de 1936 los militares españoles que admiraban a Hitler y a Mussolini, con la ayuda de algún banquero importante, dieron un golpe de Estado en toda regla: con armas, ocupando territorio, haciendo valer cada orden, dictamen o decisión indocumentada con la fuerza que da tener el fusil en la mano.

Aquel golpe de Estado no consiguió todos sus objetivos y ciudades tan importantes como Madrid, Barcelona o Valencia continuaron leales al gobierno democrático elegido en febrero de 1936. Fue en Madrid, a escasos kilómetros de la línea del frente en la que se batían milicianos frente al ejército franquista, donde se acuñó la consigna de No pasarán, un grito democrático donde los haya y que no pretendía nada más que arengar a la población  y darles ánimo y esperanza frente a los golpistas. “No pasarán” gritaban unos ancianos en noviembre de 1989 durante el entierro de Dolores Ibárruri en Madrid. Eran miembros de la Brigada Lincoln y usaban estas palabras convencidos de estar pronunciando una defensa de la legalidad frente al fascismo y al nazismo.

La semana pasada leímos que el Ministerio Público en su escrito descriptivo de los hechos por los que se acusa a Jordi Cuixart de participación en un Golpe de Estado, relata así uno de los momentos vividos:

«Desde la llegada al lugar del acusado Jordi Cuixart, ambos se dirigieron en diversas ocasiones a la multitud para conducir su  actuación. Así, en la tarde del día 20, Jordi Cuixart se dirigió a los congregados y exigió la liberación de todos los detenidos. Pese a reivindicar el pacifismo de la movilización, apeló también a la determinación mostrada en la guerra civil (empleando la expresión ¡no pasarán!), y retó al Estado a acudir a incautar el material que se había preparado para el referéndum y que tenían escondido en determinados lugares».

Sin entrar a valorar otros aspectos lingüísticos del escrito del Ministerio Público, habría que detenerse en la sintaxis. El autor del escrito considera y entiende que es una paradoja que un movimiento que se reivindica como pacifista utilice la expresión “¡no pasarán!”. Cualquier psicoanalista argentino nos diría que al Ministerio Público se le fue el subconsciente, como si hubiera sido la República quien diera el golpe de Estado en lugar de Franco, como si  quienes defendieron Madrid gritando aquel lema hubieran sido unos sanguinarios golpistas.

Ahora se entiende mucho mejor lo ocurrido hace un año y lo que viene sucediendo desde entonces. Entiendan que no concrete las conclusiones, pero es que prefiero que las deduzcan los lectores antes que explicitarlas demasiado y acabar en Soto del Real. La mención en el escrito al “¡no pasarán!” nos descubre el prejuicio que se tiene sobre estas palabras y la ignorancia de lo ocurrido en la Guerra Civil Española, nos anticipa que se avecina una ola de negacionismo del golpe de Estado de 1936 y de las acciones genocidas de los fascistas en Badajoz o Gernika.

Va a ser difícil que este asunto no acabe dentro de unos años con un varapalo vergonzante al Reino de España desde el Tribunal de Estrasburgo. Si la prueba de que Cuixart, al que hemos oído pidiendo a la gente que se fuera a casa en aquella noche del 20 de septiembre, es que era violento por usar el “¡no pasarán!”, entonces podemos concluir que el Ministerio Público ha perdido el juicio (y dejo a su elección que estas palabras se interpreten de forma literal o en sentido figurado).

Desde hace unos meses, un modesto club inglés homenajea a las Brigadas Internacionales con una equipación tricolor y con un no pasarán a la altura de la nuca. Si estas dos palabras, traídas desde su contexto histórico,  son apología de la violencia, mañana podrán acusar de animar al terrorismo guerrillero a quienes canten Bella Ciao.

Por Javier Figueiredo

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