Me cago en Godard: Hollywood contra el imperio

Ilustración Kylo Ren

Me cago en Godard: Hollywood contra el imperio

Para un lector, una de las mayores satisfacciones que puede encontrar en un libro es ver reflejadas sus inquietudes. Así se establece una conexión inmediata con el autor, y al mismo tiempo el lector ve reforzado lo que pensaba o sentía al darse cuenta de que no es el único, y de que además el escritor consigue verbalizar con las palabras precisas aquello que para el primero era poco más que una intuición. Sin embargo, existe una satisfacción aún mayor: la rareza de descubrir que uno estaba equivocado y, gracias a la opinión de otro, cambiar la propia.

Vallín y ¡Me cago en Godard!

Esto es lo que consigue el periodista Pedro Vallín con su ensayo ¡Me cago en Godard!, cuyo subtítulo reza: “Por qué deberías adorar el cine americano (y desconfiar del cine de autor) si eres culto y progre”. Al contrario de lo que sostiene la crítica cultural predominante, que se empeña en considerar imperialista y reaccionario todo lo que viene de Hollywood, la tesis principal del libro de Vallín es que, lejos de lo anterior, su cine es emancipador y se erige como contrapoder del capitalismo salvaje que, ciertamente, también viene de allende el Atlántico.

Me cago en Godard

Cine popular vs cine de autor

En realidad, es algo que teníamos delante de las narices pero no queríamos ver: el cine americano es cine de masas, cultura popular dirigida a un público maltratado por el sistema, que necesita ver que al menos en la ficción ganan los buenos, casi siempre a través de un héroe de origen humilde que redime a su comunidad. Además, los grandes villanos suelen ser plutócratas y ricachones sin escrúpulos, especialmente en el cine de superhéroes, ahora tan de moda. A pesar del lugar común que define al cine de Hollywood como puro entretenimiento y evasión, no hay cine más político ni mejor espejo de la actualidad: las inquietudes del presente siempre encuentran reflejo en sus producciones, generalmente de forma contestataria y progresista. Nótese, sin ir más lejos, cómo se ha apresurado a recoger la ola de feminismo que recorre el mundo, situando a mujeres como protagonistas de sus relatos más heroicos. Frente a la pulsión retrógrada por construir muros y cerrar fronteras, el cine americano expande horizontes, desde el western a la ciencia-ficción, y nos ayuda a identificarnos como habitantes de un mismo planeta que comparten sueños y narraciones.

Precisamente una de las claves que nos propone Pedro Vallín es la contraposición entre cuento y novela, entre cine popular y cine de autor. Si entendemos cuento como relato mítico que proviene de la narración oral, que reproduce arquetipos heroicos para transmitir un mensaje inconformista y reforzar nuestro sentido comunitario, la novela o el cine de autor se fundamentan por el contrario en el ensimismamiento, en el personaje atribulado por sus propios problemas existenciales de raíz burguesa y acomodada. No hace falta hilar muy fino para reconocer que, en oposición a lo habitual en el cine europeo, el americano tiende al cuento, a la epopeya… a la épica del héroe, ya sea cotidiano o legendario, que se enfrenta con éxito al poder establecido.

¡Me cago en Godard! abunda en ejemplos y en el análisis histórico de diversos géneros cinematográficos, pero habla también de filosofía y de literatura… y de economía, estúpido. Es un libro fresco y charlatán, a la vez que no está exento de profundidad discursiva, aunque en ocasiones tienda en exceso a arrimar el ascua argumental a su sardina. De las varias citas que incluye cabe destacar una, que el autor repite para subrayar su importancia: “Cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?”. Las palabras son del economista John Maynard Keynes, que ante la Gran Depresión cambió de parecer y apostó por el control y la regulación estatal de los mercados. ¿Les suena de algo? Cambiar de opinión es tan sano como infrecuente, y merece la pena ser celebrado porque, al igual que el cuento, amplía la condición humana, que puede ser tan pequeña como un ombligo o tan grande como las galaxias.

Por Agustín L De la Cruz

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